lunes, 30 de junio de 2014

Espectacular especial sobre la Gran Guerra en elmundo.es...

Participo con tres artículos:
1- Sobre la locura en las trincheras:
Lo llamaron síndrome del corazón del soldado, shock de las trincheras, neurosis de combate, fatiga de batalla. Aunque se identifica por primera vez en la Guerra de Secesión americana, el tema del soldado loco por culpa del pánico es tan antiguo como el mundo, tan viejo como la guerra.
TEXTO COMPLETO:
http://www.elmundo.es/especiales/primera-guerra-mundial/vivencias/locura-de-trinchera.html

2-Dedicado al periodismo español en el frente:
Los escritores que viajaron al frente y los periodistas como corresponsales destacados narraron el conflicto a los españoles en audaces y trepidantes crónicas a un país que pese a su neutralidad se dividió en dos bandos
TEXTO COMPLETO:
http://www.elmundo.es/especiales/primera-guerra-mundial/vivencias/cronicas-desde-el-frente.html

3-Mis recomendaciones para "viajar" a la GRAN GUERRA:
Es posible imaginar aquella guerra? ¿Qué sentía un soldado dentro de una trinchera? ¿Cómo se transformaron los paisajes de Europa?¿Cuáles eran las pesadillas de los combatientes
TEXTO COMPLETO:
http://www.elmundo.es/especiales/primera-guerra-mundial/tu-batalla/recomendaciones.html

domingo, 11 de diciembre de 2011

EL SONÁMBULO DE VERDÚN


UNA EUROPA SONÁMBULA QUE EMPIEZA A ESCRIBIRSE CON EL ESTALLIDO DE LA GRAN GUERRA


Publicado por: http://planetadelibros.com/blog/leercondestino/2011/12/07/una-europa-sonambula-que-empieza-a-escribirse-con-el-estallido-de-la-gran-guerra/

Eva Díaz Pérez repasa en El sonámbulo de Verdún la historia del siglo XX europeo a través de las vidas de cuatro personajes que se entrecruzan azarosamente en el inhumano tablero de juego que fue la Primera Guerra Mundial.
Un sutil retrato que evoca la lucidez de Stefan Zweig, la amargura por el imperio perdido de Josep Roth, la ironía eslava de Jaroslav Hašek, el inquietante mundo de Robert Musil o las pesadillas de Franz Kafka.
Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971) es periodista y licenciada en Ciencias de la Información. Trabaja en el diario El Mundo en Sevilla, labor por la que ha ganado el premio de periodismo Universidad de Sevilla y Ciudad de Huelva. Su primer libro fue El Polvo del camino. El libro maldito del Rocío (2001), al que siguió su primera novela, Memoria de cenizas, publicada por la Fundación José Manuel Lara en 2005. También ha publicado Hijos del mediodía (2006) y El Club de la memoria, que fue finalista del Premio Nadal en 2008. Acaba de publicar Sevilla, un retrato literario. Columnista de opinión, está especializada en los temas de cultura y la crítica teatral.

¿Cómo surge la idea de escribir una novela sobre la desaparición de la Europa de fin de siècle?
Creo que esa Europa que surge con la Primera Guerra Mundial es la Europa que ahora mismo reconocemos en sus últimos días. Con la Gran Guerra acaba el siglo XIX –ese amable y seguro mundo de ayer, del que hablaba Stefan Zweig- y comienza el siglo XX con todos sus errores y horrores. En esta guerra, Europa se devoró a sí misma y con algunas variaciones así sigue ocurriendo. Ahora mismo vaga sin rumbo, sin certezas, perdida por seguir la lógica de los mercados y no haber aprendido de su cultura de siglos y de su Historia.

Es una Europa sonámbula que empieza a escribirse precisamente en esos días del estallido de la Gran Guerra, cuando entra la contemporaneidad pero también todas sus pesadillas. Me interesaba ese punto de inflexión en el que acaba una época y comienza otra, justo el momento en el que creo que ahora también nos encontramos. El sonámbulo de Verdún retrata el comienzo y el fin de ese mundo que aún reconocemos –la Europa del siglo XX- pero que ya comienza a desaparecer, como aquel lejano fin de siècle con el que arranca la novela.




En El sonámbulo de Verdún juega con el paso del tiempo, el contraste entre pasado y presente, para narrar la historia de la Europa desolada por la guerra. En mitad de una batalla ¿el tiempo se detiene, la Historia se para?
Sí, la novela comienza con una escena sucedida el 12 de junio de 1916, justo cuando alguien dispara un proyectil desde una trinchera alemana en la batalla de Verdún y se dirige a la frente de un soldado en la trinchera francesa. Ese momento queda congelado y viajamos antes y después de esa escena.

En realidad, la novela dura justo ese instante, el que transcurre en llegar –o no- a la cabeza del soldado. La bala recorre todas las páginas de la novela cambiando destinos y posibilidades biográficas a los personajes. Al mismo tiempo, nos permite contemplar el fondo escenográfico de la historia del siglo XX en Europa. Es algo así como una cronomaquia, un artefacto narrativo que nos permite ir hacia delante y hacia atrás, detener el tiempo y, por supuesto, la Historia.





A lo largo de la novela, conocemos la vida real de los personajes y una vida alternativa inventada por el narrador ¿Por qué ha elegido estos relatos que obligan al lector a replantearse la relación entre la casualidad y el destino?
Plantear la vida real y la que pudo ser es un juego narrativo que desvela la intención de la novela: el triunfo de la literatura, las posibilidades infinitas de la ficción. Imaginar qué le ocurre a un personaje si la bala llega a su destino y, al mismo tiempo, fabular sobre su vida si el proyectil se desvía y finalmente no muere, es un juego que sólo es posible gracias a la literatura, la decisión del autor, del creador.
Además, demuestra que nuestra vida está llena de azares caprichosos que determinan que ocurra una cosa u otra. La Historia con mayúsculas también es otra fuente creadora de destinos, porque los personajes se mueven barridos por los caprichosos vientos de las circunstancias históricas sin que puedan hacer nada por evitarlo. O quizás sí, ése es en el fondo el tema de la novela.

Jaroslav Smoljak y Klaus Werger son dos jóvenes soldados que viven en la misma época y a los cuales les toca luchar en el frente en bandos distintos. ¿Le han servido estos dos personajes para mostrar la dicotomía entre las dos formas de vivir la Europa del siglo XIX?
Sí, son como dos versiones del alma de Europa, o quizás tendría que matizar diciendo que se trata del alma centroeuropea, la Mitteleuropa de la que nos habla Claudio Magris. Dentro de Europa hay muchas Europas y mientras Klaus Werger (un periodista que trabaja escribiendo crónicas de batallas en el Archivo de Guerra de Viena) representa el espíritu de ese continente orgulloso de su pasado, de sus glorias, de que la Historia haya paseado por sus aposentos, Jaroslav Smoljak (un artesano marionetista que vive en Praga) simboliza esa otra Europa que mira al futuro, se ríe e ironiza sobre el pasado y se burla de las ruinas.


Los 4 protagonistas (Jaroslav, Klaus, Libuse y Fritz) guardan un rasgo en común: la fascinación por el pasado. ¿Por qué todos ellos encuentran una huida en un mundo que nunca volverá?
Eso debe de ser debilidad de la autora. Me fascina el pasado y siento mucho respeto por la memoria, por la Historia, por todo lo ocurrido antes de que yo naciera, algo, por cierto, que me diferencia bastante de mucha gente de mi generación, embobada con lo que ocurre en este instante o sólo a partir del momento en el que ellos nacieron, sin darse cuenta cuando crean algo de que siempre hubo alguien que ya lo hizo antes. No me gusta ese presentismo frívolo que ahora domina nuestro tiempo. Me parece absurdo no aprovechar las enseñanzas de lo que ocurrió, los libros que se escribieron y lo que cuentan las viejas ciudades de todos los que nos precedieron.
Los cuatro personajes de la novela miran constantemente atrás porque en una novela europea –de alma europea- creo que ésa tenía que ser la lectura lógica. ¿Qué es Europa sino un laboratorio de memoria y de experiencia? ¿Es que acaso es mejor embobarse con tradiciones y culturas de países adolescentes, improvisadas hace dos días y llenas de novelerías? Europa es como una inmensa biblioteca en la que siguen hablando las voces de los sabios, de los genios, de los artistas, de la Historia y es una suerte que hayamos nacido en un continente así.
Mis personajes pasean por esos paisajes llenos de pasado, de asombros históricos y, al mismo tiempo, se dan cuenta de que todo eso está a punto de desaparecer y de olvidarse. Es esa atmósfera que encontramos en los libros de Joseph Roth, que noveló como nadie la nostalgia del pasado.




Sabemos que es una apasionada de la literatura centroeuropea y que se ha dedicado a visitar los escenarios de la novela. Ha hecho un trabajo de campo muy exhaustivo que refleja hasta en un blog. Cuéntenos más sobre este proceso…
Enfrentarme a novelas con semejante peso histórico requería un serio y riguroso proyecto de trabajo. No lo entiendo de otro modo. En El sonámbulo de Verdún están todas las lecturas realizadas durante años, las novelas sedimentadas de todo ese espíritu centroeuropeo (Musil, Roth, Kafka, Márai, Hasek, Rilke, Hrabal, Zweig, Broch, Canetti, Karl Kraus…), pero además hay un itinerario de inmersión en la atmósfera de la época.
Creo que toda novela que hable de una época que no sea la propia del autor debe tener detrás un profundísimo trabajo de rescate, de inmersión en la historia de las mentalidades. Si no, ocurre lo que con tantas novelas ‘históricas’ llenas de tópicos, de lugares comunes, de situaciones previsibles y de personajes planos y maniqueos que actúan de forma inverosímil. Son remedos de nuestra época aunque con capa y espada, con gorguera o con casaca, depende del siglo. De ahí esas absurdas heroínas de la Edad Media, esos pacifistas del XVII o esos falsos demócratas de principios del siglo XIX. Así se cae en el habitual error del género histórico: los personajes de cartón piedra, el atrezzo de exótico pasado. La impostura…
Por supuesto, además de sumergirme en la época a través de esta intensa apropiación libresca, recorrí los lugares, rastreé en archivos, revisé toda la filmografía referida a la época, recopilé fotografías de la Gran Guerra e imágenes antiguas de las ciudades que aparecen en la novela, repasé fonotecas para saber qué canciones escuchaban los soldados y en qué lugar se encontraba el moribundo vals del viejo imperio austrohúngaro. Todo eso forma parte del imaginario de la novela, de mi taller de construcción, el mundo por el que he paseado a ciegas antes de empezar a escribir la novela.



El blog es como una invitación al lector para que descubra todas esas estancias por las que yo he paseado antes, durante y después de la novela. En cierto modo, son como senderos virtuales para que sigan recorriendo el mundo, la atmósfera que se recrea en la novela. Desde luego, es una novela sobre el pasado pero cimentada en todas las posibilidades tecnológicas de nuestro tiempo
El relato de la historia de la Gran Guerra se asimila en la novela a una partida de juego de azar ¿Por qué convierte el narrador omnisciente, que todo lo sabe, a sus personajes en víctimas de un destino fatal?
La intención era crear un narrador omnisciente que diera la clave sobre esta novela de época. El narrador parodia e ironiza sobre el género histórico, interpela constantemente al lector que tiene que construir la novela junto a él. Hay cosas que sólo conocen el narrador y el lector, pero no los personajes, que se mueven como incautas marionetas del azar, el destino o los caprichos del a Historia o la literatura. El narrador es una voz total que confiesa su escepticismo sobre la forma en que se cuenta el pasado y los mecanismos narrativos para relatar los cuentos del ayer.
Yo, que soy una autora crecida en la novela histórica, quería cuestionar el género desde dentro. No como hacen otros escritores que desprecian el género sin haberse atrevido a tomárselo en serio. La novela histórica es hoy un género maltratado por culpa de su éxito comercial, frivolizado por los escritores que se apuntan al best seller disfrazando de época a sus pobres personajes. La novela histórica –o buena parte de ella, hay casos que se salvan- está hoy anquilosada en el siglo XIX, en las formas narrativas decimonónicas, no hay audacia literaria ni tampoco rigurosidad ni seriedad histórica. Y eso me parece lamentable.
Yo quería demostrar –no sé si lo he conseguido pero, al menos lo he intentado, aunque en este país la audacia no suele valorarse- que es posible hacer novela histórica desde la contemporaneidad. Reinventar el género, insuflarle la parodia, la ironía, el escepticismo de nuestro tiempo y no caer en el mismo producto ‘exitoso’, pobre e ingenuo de siempre.




En El sonámbulo de Verdún, retrata cómo se deshumanizaban los soldados en las guerras, y dejaban de ser hombres para convertirse en sonámbulos que vagaban por las trincheras, como es el caso de Jaroslav. El resto de personajes contemporáneos, aunque no participen de la batalla, parecen haber heredado los silencios que dejó la Gran Guerra. ¿Qué une a todos estos personajes?
Efectivamente les une un cierto silencio. Los personajes no hablan. Apenas hay diálogos y sabemos lo que les pasa o lo que piensan porque el narrador de la historia los contempla y lo desvela de forma introspectiva, psicológica. Este silencio que siguió al gran silencio de las 11 de la mañana del día 11 del mes 11 de 1918, día del armisticio y momento en el que cesaron los obuses, cañones y fusiles de la Gran Guerra, es un silencio terrorífico.
Es el silencio del trauma, la imposibilidad de hablar por culpa de una pesadilla demasiado pavorosa. Las palabras, el lenguaje, ya no sirven para nada, después del uso de la propaganda, de la palabrería patriótica que llevó a esa carnicería humana. Es lo que argumentaba Wittgenstein y que creo que resume ese silencio de la época y que también embarga a los personajes.




Libuse se dedica a continuar la vida interrumpida de Jaroslav, a quien no conoció, a través de objetos abandonados en una buhardilla. ¿Por qué esta adolescente tiene esa fascinación y curiosidad por objetos desconocidos?
Los objetos tienen una importancia fundamental en la novela. Son tan silenciosos como los personajes, pero son capaces de desvelar historias ocultas, escondidas. Libuse, una adolescente que vive en la Praga actual, es el personaje con el que probablemente nos identificamos los que leemos esta historia desde el presente o desde el futuro de ese pasado que es el centro de la novela.
Libuse es una adolescente curiosa que nos abre el telón de la Historia contemporánea, que al descubrir esos objetos cuenta todo lo sucedido en el siglo: la otra gran guerra, que sería mucho peor; el auge de los totalitarismos; el miedo en la dictadura comunista; los años de libertad y revoluciones; y, finalmente, las ciudades europeas convertidas en hermosos parques temáticos del pasado, en una postal o en un souvenir que se acopla a la medida de la maleta de un turista. Libuse es el personaje que descubre objetos en una buhardilla de Praga, cosas que pertenecieron a alguien que no conoció. Es el personaje que apaga la luz y cierra la puerta de la historia.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

YOURCENAR Y ADRIANO



"Animula vagula, blandula, hospes comesque corporis...". "Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera del cuerpo", escribió Adriano en su lecho de muerte. Suena la voz del emperador Adriano en la cabeza de Marguerite Yourcenar. Adriano, nacido en Itálica, la vieja ciudad junto a Sevilla en la Bética romana, es su obsesión literaria, el personaje-sombra que busca en la oscuridad. Sus recuerdos comienzan a ser los suyos, porque no están tan lejanos de los de un hombre que vivió en el siglo II d.C.

Este otoño se cumplen 60 años de la publicación en Francia de Memorias de Adriano, la célebre novela de Marguerite Yourcenar (1903-1987), que se convirtió en un éxito de ventas con una excelente acogida de la crítica. La popularidad entre el público llegó a España más tarde, a raíz de un fenómeno de imitación lectora muy usual en este país, al conocerse que era la novela preferida del joven Felipe González.
Memorias de Adriano sigue siendo desde entonces un 'long-seller' y un ejemplo ilustre y exquisito de la novela histórica cuando era un género de prestigio, antes de que los mercachifles la destrozaran entre templarios, esoterismos y folletones con atrezzos de época.
Para Marguerite, Adriano fue un fantasma que aparecía y desaparecía. Siempre llevaba con ella un mapa del Imperio Romano en la época de la muerte de Trajano y el perfil del Antínoo del Museo Arqueológico de Florencia que compró allí en 1926. En el cuaderno de notas que Yourcenar escribió sobre Memorias de Adriano aseguraba que había libros que no se pueden escribir hasta pasados los 40 años, cuando la vida, sus aristas y desengaños, no se han sedimentado sobre la memoria. Y Adriano estuvo paseando por su cabeza durante varias décadas.
En ese mismo cuaderno desvela que, desde 1934, había persistido una frase que le permite comprender por fin al personaje: «Empiezo a percibir el perfil de mi muerte». Así comienza la novela, con Adriano abriendo los ojos para enfrentarse a la muerte. Y así concluye, mientras atraviesa las páginas de su obra un hombre sabio en un tiempo irrepetible, una de esas épocas trágicas en las que se dobla con dolor la esquina de los siglos. Ella misma subrayaba una frase del epistolario de Flaubert que resumía ese espíritu histórico sobre el que ella quería escribir: "Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre".
Los largos años en los que la novela vaga en la mente de la autora de Opus Nigrum están llenos de señales, amuletos y objetos que le hacen volver una y otra vez al proyecto literario. Pero ella se empeñará en olvidarlo, incapaz de hacer frente a una novela tan compleja. En 1941 encuentra en la tienda de un comerciante neoyorquino cuatro grabados de Piranesi sobre una vista de Villa Adriana que desconocía. Es una advertencia, un fogonazo que le hace vislumbrar uno de los escenarios de la historia desde una nueva perspectiva. A veces, en momentos de desaliento va al Museo de Hartford en Connecticut para contemplar una hermosa tela romana de Canaletto en la que aparece el Panteón ocre y dorado. La novela surge y desaparece. Insinuante, tentadora, irresistible.
En otra visita a Roma busca en el Panteón el lugar exacto al que llega un rayo de sol de la mañana del 21 de abril. En el Castillo de Sant'Angelo, el Mausoleo de Adriano, está la lápida con los versos de Adriano, que ya son una obsesión. "Animula, vagula blandula...". Pasa mañanas en la villa Adriana, noches en los cafés que bordean el Olimpion, recorre los mares griegos. Pero ¿dónde se encuentran Marguerite y Adriano?
Yourcenar llevaba en ocasiones bajo el brazo un ejemplar de los poemas de Rodrigo Caro, el poeta sevillano autor del poema Canción a las ruinas de Itálica: "Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa". Caro, en su pesadumbre de hombre barroco, será su Virgilio, el poeta que le descubre el ánima de Adriano en su ciudad natal, la vieja ciudad romana que, según las crónicas, un Adriano adolescente volverá a visitar en el año 90 d.C. al desatarse una epidemia en Roma.
Marguerite Yourcenar había coincidido en 1947 con Isabel García Lorca, la hermana del poeta, en el Sarah Lawrence College de Nueva York. En sus memorias, Recuerdos míos, Isabel contaba cómo la escritora llegó un día a su despacho para que le leyera en voz alta el poema a Itálica de Rodrigo Caro. "Quería oirla y no sé cuántas veces se la leí. (...) La estoy viendo bajar de la biblioteca, con su chaquetón de astracán gris y su gorro ruso. Sonriente, sencilla, segura...".

jueves, 26 de mayo de 2011

Reedición de "EL POLVO DEL CAMINO. EL LIBRO MALDITO DEL ROCÍO"

Diez años después de su publicación, la editorial El Páramo me rescata mi libro más polémico, una sarcástica visión sobre la romería. La presentación será el próximo sábado 28 de mayo a las 18 horas en la Casa de la Provincia (Plaza del Triunfo, 1) dentro de la Feria del LIbro de Sevilla.

martes, 17 de mayo de 2011

Nuevo libro: "SEVILLA, UN RETRATO LITERARIO"




En la Feria del Libro de Sevilla presentaré mi nuevo libro, Sevilla, un retrato literario (Paréntesis), una guía literaria y emocional, una propuesta para pasear por la ciudad a través de sus dimensiones invisibles. Los mapas se convierten en una geografía libresca donde las plazas se convierten en inspiración para poetas de todos los tiempos, en los cafés se sirve absenta a bohemios finiseculares y a locos ultraístas, los viejos patios sirven de escenario a tertulias de humanistas, en las azoteas se improvisan soirées de vanguardia y tras las puertas de casas solariegas se intuyen reuniones de barrocos metafísicos, gabinetes de ilustres y escuelas literarias. 
El domingo 22 de mayo a las 19 horas participaré en una mesa redonda sobre Sevilla y la literatura junto a Fernando Iwasaki. Y después firmaré ejemplares del nuevo libro. 
Pocas ciudades han forjado un imaginario tan rico como Sevilla. Sin embargo, su destino no ha sido el de ser una ciudad de patrimonio literario sino un catálogo de tópicos y folklorismos superficiales. Este libro se propone acabar con esa idea injusta e inexacta. Uniendo literatura y topografía –el feliz binomio de la topoliteratura- descubriremos dónde vivían y se reunían Fernando de Herrera El Divino, Baltasar del Alcázar, Mateo Alemán, Blanco White, Bécquer, Cansinos Assens, los hermanos Machado, Cernuda, Vicente Aleixandre y un largo cortejo de escritores sevillanos.
Pero esos itinerarios por el alma literaria no pretenden ser sólo una mirada desde dentro. Sevilla también ha servido de inspiración a escritores que alguna vez la visitaron quizás fascinados por lo que se decía o escribía de ella. En este libro pasearemos con viajeros de todas las épocas, desde Castiglione a Borges pasando por Lord Byron o Rubén Darío, Pierre Louÿs o André Gide, Paul Morand o Marguerite Yourcenar

Reseña en El Mundo:
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/05/21/andalucia_sevilla/1305990316.html 

sábado, 9 de abril de 2011

EL BESTIARIO DEL ÚLTIMO SURREALISTA: JORGE CAMACHO


                                                   Foto de Carlos Márquez
EVA DÍAZ PÉREZ
UN HOMBRE PASEA bajo los muros de la Catedral, deteniéndose en las portadas, admirando el secreto en piedra de los tímpanos y arquivoltas, fascinado por el juego de figuras en los capiteles. De pronto, se para bajo una gárgola con un animal fantástico semejante a un león furioso o un dragón agonizante. Llueve y caen ríos de las entrañas de la piedra.

Es Jorge Camacho, el pintor cubano, el amigo y albacea de Reinaldo Arenas, el hombre que ayudó a sacar clandestinamente sus manuscritos de La Habana castrista, el artista elogiado por Breton, el amigo de Henri Michaux y Roberto Matta.
Camacho murió la semana pasada en su casa de París donde vivía junto a su esposa Margarita. Pero también tenía un hermoso piso soleado en el centro de Sevilla, donde reinventaba soles surrealistas; la finca Los Pajares en Almonte –en la que admiraba la danza de las aves de Doñana–, y un indeterminado lugar nutrido de nostalgias que olía como su vieja Habana y que guardaba en el fondo más secreto de su gaveta de maderas caribeñas.
Sus estancias en Sevilla solían coincidir con la primavera. Entraba entonces un sol zahareño por el gran ventanal del salón y un sonido de campanas de bronce. Era feliz. La mirada terrosa le brillaba y se atrevía a seguir pintando sus recuerdos.
Jorge Camacho paseaba por las calles sevillanas deteniéndose en curiosas formas que adivinaba en las viejas fachadas de piedra, en la cal hiriente de las casas de Triana y en los caprichosos dibujos del río al caer la tarde.
De esos paseos salió un libro singularísimo que resumía su pasión por el conocimiento alquímico en las catedrales. El libro fue publicado por la Fundación Pol François Lambert en 2001 y se tituló La Cathédrale de Séville et le Bestiaire Hermétique du portail de Saint Christophe et de L’immaculée Conception (La Catedral de Sevilla y el bestiario hermético de la puerta de San Cristóbal y de la Inmaculada Concepción), escrito junto a Bernard Roger y con introducción y noticia histórica de Eduardo Fernández Sánchez
Jorge Camacho era un gran observador de animales. En la finca de Almonte pasaba largas horas entregado al paciente arte de la observación ornitológica. Luego pintaba pájaros abstractos que comían sombra y que traían escondidas en las alas historias septentrionales que a él le gustaba descifrar.
Un día paseando por la Catedral de Sevilla descubrió extraños pájaros de piedra y comenzó a leer las claves simbólicas llevando bajo el brazo un ejemplar del libro de Fulcanelli, El misterio de las catedrales. Descubrió el bestiario alquímico que se ocultaba en el templo siguiendo los pasos de Fulcanelli y su lectura hermética de las catedrales medievales.
Fotografió leones y pelícanos, águilas desafiantes, quimeras inquietantes y animales fantásticos que parecían huir de los capiteles catedralicios. «Hay figuras y una asamblea de animales, salvajes o fantásticos, repartidos por los capiteles y entre las guirnaldas vegetales», anotó en el libro que, desgraciadamente, nunca se publicó en castellano.
Paseaba bajo la Puerta de la Concepción o Puerta Colorada recordando el plano de la antigua mezquita que yace bajo el templo, identificando el patio de las abluciones y dónde se encontraba el mihrab. Observaba cómo se superponía las épocas. Y en el palimpsesto halló el rincón donde se reunía la llamada Congregación de la Granada, probable secta de alumbrados, cuyos fantasmas creyó ver reunidos bajo los naranjos.
Recordó entonces la tumba hallada por el arquitecto Fernández Casanova encargado de restaurar la Catedral en el siglo XIX cuando ultimaba los trabajos de la Puerta de San Cristóbal. Allí estaba la losa funeraria de Salomon ben Abraham, enterrado junto a su libro de medicina, según escribió Rodrigo Caro rescatando la historia de aquella escuela de astrónomos y cabalistas judíos establecida junto al templo. En la lápida había una bella estrella de Salomón que a él le recordó –no sabía por qué– la estrella que André Breton le dijo que él tenía en la frente. Una estrella surrealista que aún alumbraba su memoria.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 09 dea bril de 2011 

jueves, 17 de marzo de 2011

EL AÑO DE LA MUERTE DE JOSÉ SARAMAGO

EVA DÍAZ PÉREZ
«AQUÍ ACABA el mar y empieza la tierra», comienza El año de la muerte de Ricardo Reis. Memoria de Saramago en Lisboa. Gran fiesta de la vida en Lanzarote. Recuerdos desde Andalucía. Un violonchelo y brindis con vino del Alentejo y malvasía de Lanzarote. Será este viernes a la caída de la tarde cuando se celebre en la casa de Saramago una hermosa ceremonia de despedida porque hace justo nueve meses que murió y ése es el tiempo en que se tarda en desaparecer. También es lo que se tarda en nacer. Así lo escribió en El año de la muerte de Ricardo Reis y es como si hubiera anunciado esta liturgia que tendría lugar meses después de su muerte.
Seguirá vagando este Saramago-no muerto por la casa de Lanzarote, acariciando los lomos de los libros queridos, observando los árboles del jardín, deleitándose con un sorbo de vino del Alentejo o de malvasía, escuchando el violonchelo con el que se abrirá al público su casa y la biblioteca.
Un lugar que ya podríamos reconocer, porque es el escenario del documental Jose y Pilar, de Manuel Gonçalves. Una casa que es como una extensión del mundo leído que reconocemos en sus novelas. El despacho en el que imaginó las parábolas del Ensayo sobre la ceguera,pero también el ventanal en Lisboa donde pensó por primera vez en la Blimunda de Memorial del convento.
Una vez que se ha leído uno de sus libros, Saramago acompaña siempre. Nunca será un difunto ni un olvidado. Recorre las estancias de la casa de Lanzarote. Pilar del Río lo sabe. Saramago nunca terminará de irse, sigue agazapado en los libros que escribió, sorprendiéndonos con su lucidez, salvando con memorables páginas de alta literatura. ¿Y si en esta descreída España se cumpliera el argumento de su Ensayo sobre la lucidez y todo el mundo votara en blanco en las próximas elecciones?
El mundo íntimo de Saramago aguarda en «A Casa», el taller del escritor, un recorrido por las circunvoluciones de su cerebro, un laberinto sosegado de su memoria con pasillos, estancias y aposentos. «Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo», dice Ricardo Reis en las frases que anteceden a la novela de Saramago. Reis, el heterónimo de Pessoa, se encuentra con un Pessoa difunto. Y ahora, vagando por esta casa de Lanzarote, aparece también Saramago desde el otro lado para contarnos su historia. Porque se ha cumplido el argumento de Las intermitencias de la muerte y la desnarigada ha dejado de cumplir con sus ritos dejando la guadaña oxidada de tiempo y espera. «Aquí, donde el mar se acabó y la tierra espera».

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 17 de marzo de 2011

domingo, 13 de marzo de 2011

LA SEVILLA DE CANSINOS-ASSENS

Reportaje que hemos publicado José María Rondón y yo en EL MUNDO sobre los lugares de la infancia sevillana del autor de "La novela de un literato"

Bastaría imaginárselo, gigantesco y muy gastado, con su alborotada cabeza encanecida avanzando por un pasillo repleto de libros, atesorando idiomas que le servían para huir de una realidad sádica o dándole vueltas a versos mientras adecentaba una traducción de uno de los clásicos para ganarse la vida. Y, así, entre versos que iba copiando con mano temblona y trabajos literarios mal pagados, seguro que se colaría por la ventana un recuerdo que traía colgado el sol suave de la infancia.

TEXTO COMPLETO:

viernes, 7 de enero de 2011

LA LEY DEL TABACO

HUMO DE ÉPOCA
EVA DÍAZ PÉREZ
LA NIEBLA del tabaco ha pasado a ser un atrezo de época, un elemento vintage de modas pasadas, un detalle de cronotopo que servirá en la literatura y el cine como evocación de escenas antiguas. Y en el teatro aparecerán acotaciones para recrear atmósferas de época: Los personajes entran por el fondo del escenario fumando como se hacía antaño...

El año cero sin humo acaba de inaugurar una nueva época, una frontera higiénica, blanca y aséptica que huye y se espanta de las estancias del pasado, con paredes ahumadas y habitantes con dedos amarillos y nicotínicos. Ah, esos personajes de novelas y cine histórico que son ya los fumadores.

Puede que esta nueva ley los condene, denuncie y lance a patadas a las calles, la soledad y el frío de los balcones. No hay duda de que la mayoría se lo merece por haber impuesto su niebla nociva durante tanto tiempo. Pero puede que esta persecución también los convierta en atractivos personajes novelescos, esos fracasados empeñados en las causas perdidas que tan sugerentes son para los argumentos literarios.

Vagan en esta niebla condenada las escenas que forman ya parte del pasado: Humphrey Bogart con gabardina envuelto en una nube de tabaco negro; una femme fatale con larga boquilla y boca ahumada; las cigarreras de Carmen y Rodrigo de Xerez, que viajó con Colón en la nave capitana y fue el primer europeo en fumar.

No sería mala lectura para estos días la rapsodia irónica y humorística que Cabrera Infante escribió en Puro Humo. Aunque los últimos fumadores pueden repasar un curioso ensayo paródico, Anatomía del tabaco, de Arthur Machen, lleno de apócrifas erudiciones que servirán de tónico salvífico. El protagonista vive en el Londres de 1883 con una dieta de pan seco, té verde y tabaco y muestra que hay «maravillas, secretos, misterios, rarezas y goces incluso en una onza de tabaco de liar» y hasta escuelas filosóficas surgidas en torno a la pipa.

Cada tipo de tabaco marcó una época: fumar un cavendish daba distinción, los egipcios eran los preferidos de la corte austrohúngara, el rapé sevillano –de color amarillo oro– se espolvoreaba en los encajes y el humazo de los cuarterones y los cigarros de picadura llenaron las estancias sórdidas de la posguerra. Atrás quedan las tertulias con cenicero, las habilidades para el tabaco de liar, las curiosas cazoletas de las pipas aristocráticas, las petacas y hasta los coleccionistas de vitolas de puro. Un mundo que desaparece: humo, colillas, ceniza, nada.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 6 de enero de 2011

martes, 26 de octubre de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / ÁNGEL GANIVET



LAS CARTAS FINLANDESAS DEL CÓNSUL

EVA DÍAZ PÉREZ

Desde los balcones de su casa en Helsinki, el granadino Ángel Ganivet veía el bosque de Brunksparken antes de abrirse a un inmenso mar helado. Parecía mirar dentro del paisaje, buscando parecidos que mezclaban su memoria con los caprichos de la nostalgia. «El bosque, aunque está muerto, me recuerda la Alhambra; el mar helado me hace pensar en nuestra Vega», escribió.

Ganivet hace curiosas comparaciones entre los cármenes granadinos y las quintas o villor finlandesas, entre la manteca y los jamones de Trévelez. Tiene la mirada asombrada del hombre meridional que asiste ante el espectáculo fastuoso de los fríos nórdicos.

Ángel Ganivet (Granada, 1865-Riga, Letonia, 1898) quedó hechizado por los paraísos septentrionales durante su estancia en Helsinki y Riga como cónsul de España en Finlandia. Sin embargo, sucumbió al suicidio ártico, al final estremecedor del hombre que decide acabar con su vida en las heladas aguas del río Dvina. El elegante caballero andaluz que se arroja al fondo oscuro después de haber sido rescatado por la tripulación del barco en el que viaja. Ganivet no quiso vivir más y se entregó al vientre helado del paisaje que tan bien había descrito.

El autor de Idearium español –uno de los textos que resumen el pensamiento noventayochista, de esa generación que reflexionó sobre el dolor y el mal español– vivió algún tiempo en Finlandia. Y quiso fijar en su memoria aquella patria extraña, tan diferente a su Granada natal, en Cartas Finlandesas. Una obra singularísima en España por ser de las escasas miradas de un hombre del Sur hacia el Norte.

Cartas Finlandesas se publicó en el diario El Defensor de Granada entre 1896 y 1898 y en ellas, Ganivet describió la cultura finlandesa haciendo un retrato del paisaje semejante al que escribió en su célebre Granada la bella, obra inscrita dentro de esa corriente finisecular de ensayos que intentaban atrapar el alma de los lugares.

El cónsul de España en Finlandia también añadió otros textos a sus Cartas, el pequeño ensayo Hombres del Norte en el que descubre al lector español a autores escandinavos como Ibsen, Jonas Lie o Bjornsterne Bjornson.

Las Cartas Finlandesas parten de una petición de sus amigos de la Cofradía del Avellano –tertulia literaria que Ganivet tenía en su ciudad natal–: «Varios amigos míos granadinos, miembros de la tan ilustre como desconocida Cofradía del Avellano, me han escrito pidiéndome noticias de estos apartados países».

Ángel Ganivet es consciente de cómo pueden impresionar los cuadros de costumbres finlandesas, las impresiones de un meridional ante un lugar en el que se alcanzan hasta treinta grados bajo cero o en el que varios días al año no hay luz solar.

«Voy a sorprender a mis lectores diciéndoles que aquí no hace frío. Dentro de las casas se vive en perpetua primavera, y en la calle, envuelto en pieles, suda uno más que en verano. Sólo la cara, que tiene que ir al descubierto, se resiente de las caricias, un tanto brutales, de la nieve y el viento. De 10 grados para abajo, la barba se hiela y la cara se adorna con un marco de estalactitas, cuando se vuelve a casa después de pasear un rato, de cada pelo cuelga un carámbano, y al sacudirse suena uno como una araña de cristal», escribe en sus Cartas Finlandesas.

Trampas del exotismo

Sin embargo, Ganivet no cae en la trampa del exotismo, de la narración pintoresca y superficial. Es muy interesante su reflexión sobre el otro, fruto de una mirada irónica y un juicio certero de lo que contempla. Muy diferente a la descripción apresurada, llena de tópicos y prejuicios que había caracterizado los libros que los viajeros del Norte –sobre todo los franceses– habían hecho sobre España y, en particular, sobre el apasionado y desmedido Sur.

Una imagen forjada desde el siglo XVIII que sufrirá el propio Ángel Ganivet, que en este Norte del Norte intenta «inspirar confianza» y, «a pesar de repetidos ejemplos de cordura y seriedad», concluye que su procedencia andaluza le perjudica notablemente. Ganivet no puede evitar la prevención por el «malísimo concepto como sujetos sentimentales» de los españoles que, según los finlandeses, «nos burlamos de las mujeres que no saben resistir».

Precisamente, sobre las mujeres finlandesas Ganivet hace un retrato particular, a medias entre la fascinación y cierto rechazo por no asumir la libertad de unas mujeres «demasiado callejeras», «poco femeninas» e «independientes», porque «tienen la manía de la libertad». Unas mujeres que le desconciertan porque aspiran «a la belleza intelectual». «Don Juan tiene que convertirse aquí en maestro de escuela, porque Doña Inés está cargada de diplomas».

Las Cartas Finlandesas están llenas de ironías y divertidos fragmentos. Por ejemplo, cuando describe la gastronomía un poco «salvaje» y sus desventuras para comprar ajo, ya que se vende sólo en las boticas porque nadie en Finlandia imagina que tenga una virtud más allá de lo curativo.

El escritor granadino se detiene y disfruta describiendo los paisajes helados, la gente que atraviesa pesadamente las calles bajo el frío del invierno, que permanece refugiada en sus casas tibias, «encristalados y empapelados», para añadir: «Dichosa tierra que durante meses y meses trata a sus hijos como a plantas exóticas».

lunes, 25 de octubre de 2010

"EL CLUB DE LA MEMORIA" TRADUCIDO AL ÁRABE


El Club de la memoria ha sido traducida parcialmente al árabe por el traductor Abdelatif Bazi como parte del ciclo "La costumbre de leer" que organiza la Fundación Caballero Bonald. La presentación tuvo lugar en el Centro Cultural Español en Martil (Tetuán, Marruecos) el pasado 8 de octubre.

jueves, 9 de septiembre de 2010

JOAQUÍN SOLER SERRANO



EL PERIODISMO PERDIDO DE SOLER SERRANO


EL MARTES POR la noche yo huía de la televisión actual y me refugiaba –qué remedio– en los programas antiguos y ejemplares que se hacían antes. Veía la entrevista que Joaquín Soler Serrano le hizo a Rosa Chacel en el programa A fondo de TVE –emitido entre 1976 y 1981– en la que hablaban de la vida, los exilios, España y la literatura, ese tema que tan poco se frecuenta en la caja tonta de nuestros días. Al día siguiente, descubro que Soler Serrano, ese maestro de géneros que ya ni se practican porque serían demasiado eruditos, había muerto. Me estremece pensar que mientras yo lo veía admirada en aquella entrevista, él agonizaba en su casa de Barcelona.

Ahora, al ver la galería de entrevistados de A fondo descubro que es un programa ya sólo habitado por admirables espectros:Alberti amable pero reticente a la vuelta de su exilio a la patria madrastra, Dámaso Alonso recordando sus años de juventud, Cela con fabulosas anécdotas, Dalí snob y genial, entrañable Mujica Láinez, Cortázar personalísimo. Esta galería de la memoria literaria que TVE guarda en las honduras insondables de sus fondos documentales debería ser materia obligatoria en las escuelas. Con qué cordialidad, ternura y sabiduría hacía Soler Serrano aquellas entrevistas en las que los grandes escritores –esos autores que hemos conocido ya inmortalizados en mármol– contaban sus infancias, sus pasiones librescas, las tragedias de sus vidas, las historias de amistades traicionadas.

Cuando TVE cumplió 50 años pensé que rescatarían de sus archivos programas de lujo como A fondo. Sin embargo, debieron de pensar que los programas culturales o las grandes series históricas –cuán lejanas a esa exitosa y pueril Águila roja sobre un absurdo y anacrónico siglo XVII– son asunto de gente acomodada y decidieron venderlo en los quioscos. Nada de pensar en el servicio público. ¿Por qué no pasaron ese programa por La 2? ¿Por qué no lo hacen ahora como homenaje a Soler Serrano? Me temo que en TVE ya son pocos los que consultan los fondos documentales. No hay más que ver los telediarios llenos de redactores sin más horizonte que el presentismo, reporteros callejeros a los que no les importa el documento social sino el espectáculo. Esos telediarios que ya no cuentan con periodistas que tengan más de 50 años y donde la muerte de un grande apenas merece unos minutos de recuerdo.

Así que seguiré aprendiendo de las entrevistas magistrales de Soler Serrano en A fondo en una tele a la que no le asustaba dedicar una hora a las palabras de un escritor. Qué exotismo pensar en eso hoy.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 9 de septiembre de 2010

lunes, 12 de abril de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / HERNANDO COLÓN


MEMORIAL DE LOS LIBROS NAUFRAGADOS

En el fondo del mar, reposan desde hace siglos los libros que compró Hernando Colón, el hijo del almirante, el bibliófilo que recorrió toda Europa adquiriendo ejemplares. Aquellos volúmenes forman parte de un sueño de Hernando Colón, que quedó anotado en uno de sus libros de registro donde apuntaba detalles sobre cada ejemplar adquirido y que tituló: Memorial de los Libros Naufragados.

Estos títulos los compró durante sus viajes europeos, pero decidió embarcarlos en una carraca que partió de Venecia y que desgraciadamente se hundió. Durante toda su vida, Hernando Colón tuvo la intención de volver a comprar los volúmenes que había perdido, por eso guardó el valioso libro-registro con las obras ‘naufragadas’.
Los viajes librescos de Hernando Colón (Córdoba, 1488- Sevilla, 1539) son una parte poco conocida de su biografía, aunque ha sido estudiada por investigadores como Klaus Wagner y Juan Guillén, ambos desaparecidos, pero que dejaron estudios en los que seguían la huella biográfica a través de las compras que el hijo del almirante había hecho por diversas ciudades europeas.
Este Hernando Colón europeo, que llega a comprar hasta doscientos libros en un solo día en Venecia y mil en apenas un mes en Colonia, va anotando trozos de su biografía y también de la Europa de su tiempo en los volúmenes que va adquiriendo y que hoy se encuentran –los que se salvaron del tiempo y la destrucción parcial de la colección– en la Biblioteca Colombina en Sevilla.
Entre estas estampas de la Europa de su tiempo, estarían momentos como su encuentro con Erasmo de Rotterdam en Lovaina, donde viajó con la corte de Carlos V, al que servía. La visita se produce el 7 de octubre de 1520 y Erasmo cuenta entonces con 53 años y Hernando Colón con 32. El gran humanista le regala un ejemplar de su última obra impresa, Antibarbarorum. En el ejemplar aparece la dedicatoria autógrafa de Erasmo. Don Hernando añadió su puño y letra: «En Lovaina el domingo siete de octubre del año 1520, el mismo Erasmo escribió con su propia mano las dos primeras líneas».
Estas anotaciones o apostillas son muy reveladoras para seguir el rastro de los viajes europeos. Frente a los viajes de epopeya de su padre, Hernando Colón realiza itinerarios con intenciones bibliófilas, para comprar libros, su gran pasión.
Las apostillas aparecen en los márgenes, en las guardas, en las páginas en blanco. Se trata de advertencias o ideas que le surgían mientras leía o que incluso consideraba que podían servir a lectores futuro. Este hábito lo heredó de su padre, Cristóbal Colón.
El primer viaje europeo del cordobés fue a Roma en 1512. En la ciudad italiana residió hasta octubre de 1516 con intervalos en los que regresaba a su casa de Sevilla, un palacio que había construido sobre una zona que había sido muladar y que convirtió en un retiro humanista en el que seguía el lema renacentista del ocio cum litteras (con libros).
En Roma se hospedaba en un convento de franciscanos observantes, llamado de los Españoles. Por una anotación en una obra que compró sobre el comentario de Juan Britannico a las Sátiras de Juvenal, se sabe que asistió a un curso en Roma: «Yo don Hernando Colón oí exponer este libro a un cierto maestro mío en Roma desde el día 6 de diciembre hasta el 20 de este mismo mes».
Uno de los grandes viajes del bibliófilo fue en octubre de 1520, cuando acompaña a Carlos V para su coronación en Aquisgrán como emperador. El historiador Klaus Wagner aseguraba que Carlos V quiso que lo acompañara en la cita histórica «en calidad de geógrafo y consejero».
De aquí viajó con la corte a Colonia y a Worms, donde el emperador abrió las sesiones de la famosa dieta, donde compareció Lutero para retractarse de sus tesis. Tras el fracaso de las conversaciones con Lutero, Carlos V regresó a Flandes y don Hernando inicia un largo periplo libresco. Pasa y compra libros en Spira, Estrasburgo, Schlettstadt, Basilea, Milán, Pavía, Génova, Cremona, Ferrara y Venecia, adonde llega el 9 de mayo de 1521.
En una nota en la guarda final de la obra de Conrado Thuricense, Magnus Elucidarius omnes hystorias et poeticas fabulas, que compró en Gante en agosto de 1520 escribe: «Comencé a leer y anotar este libro en Bruselas el 29 de agosto de 1520; la mayor parte del mismo lo leí en Worms, ciudad de Alemania, hasta finales del mes de enero de 1521. Lo demás lo leí en diversos lugares y ocasiones».
Viaje a Inglaterra
También acompañando al emperador Carlos V, el hijo del almirante visita Inglaterra. El emperador quería ver a sus tíos, los reyes Enrique VIII y Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos.
En sus Noticias para la vida de don Hernando Colón, Eustaquio Fernández de Navarrete escribió sobre los hábitos del bibliófilo en Londres: «Mientras los caballeros se entretenían en saraos y festejos, don Hernando, poco dado a estos pasatiempos frívolos, es de creer que aprovechase la ocasión para aumentar el caudal de su saber, visitando las oficinas de los libreros y recorriendo monasterios y abadías en busca de obras impresas y códices olvidados».
En 1521 en Venecia estuvo residiendo durante algún tiempo. Por supuesto, no paró de comprar libros, así que incluso tuvo que pedir un crédito de doscientos ducados al banquero genovés Octaviano de Grimaldo a quien además pidió que embarcara los libros que había comprado en la primera parte de su viaje. Él seguiría adquiriendo títulos por otras ciudades europeas antes de regresar a Sevilla.
El cargamento de libros se hizo a la mar Venecia con destino a Cádiz y después a Sevilla. Pero la carraca naufragó y los libros se hundieron en aguas mediterráneas.
En el libro memorial del bibliófilo se lee: «Todos los libros contenidos desde el número 925 hasta aquí son los que yo dejé en Venecia a miser Octaviano de Grimaldo que los enviase y se anegaron en la mar». Aún reposan en el fondo del mar, guardados en cajas como un tesoro bibliógrafico que nadie ha logrado rescatar.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 8 de abril de 2010

jueves, 11 de marzo de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / ANTONIO DE ULLOA


EL CABALLERO DEL PUNTO FIJO


EVA DÍAZ PÉREZ
Entre los personajes perdidos en la Historia, están los marinos que protagonizaron algunas de las más sorprendentes expediciones científicas. Uno de ellos es el sevillano Antonio de Ulloa, quien junto al también teniente de navío Jorge Juan formó parte de un viaje que buscaba la medición exacta del meridiano, una de las obsesiones náuticas del XVIII para emprender con garantías científicas la navegación.
En realidad, la iniciativa de la empresa se debe a Francia, concretamente a la Academia de Ciencias de París, pero la importancia de los viajeros españoles fue fundamental para el éxito de la expedición. Además, la mirada observadora y científica del marino sevillano terminó por ser determinante puesto que, como resultado de la expedición científica, se publicó una voluminosa obra en la que Antonio de Ulloa aportó reveladores conocimientos sobre las tierras próximas al Ecuador.
La razón de que una empresa francesa estuviera participada por dos marinos españoles se debe a que el terreno explorado se encontraba en el virreinato del Perú y, por lo tanto, había que pedir la autorización al rey de España, por entonces Felipe V.
Felipe V, entusiasmado con la expedición, ordenó que dos oficiales acompañaran a los académicos franceses «para asistir a todas las observaciones que hiciesen». Esos oficiales fueron un alicantino y un sevillano, recién salidos de la Compañía de Caballeros Guardias Marinas, fundada en 1717 en Cádiz para recuperar esa perdida tradición de marinos, científicos y cosmógrafos de la Casa de la Contratación con cuyos tratados aprendió a navegar Europa. Esta escuela se convirtió en auténtica redención de la nobleza, que destinó a sus hijos como caballeros cadetes que aprendían con bagaje científico –que nada recordaba el de los antiguos pilotos de altura y escuadría de los dos siglos anteriores– los secretos de la navegación.
La elección de Antonio de Ulloa se debe, en realidad, a uno de esos azares del destino, ya que en un primer momento se decidió que fuera el guardiamarina José García del Postigo quien acompañara a Jorge Juan, pero al estar de campaña por ultramar, se optó por otro aventajado alumno. Así el sevillano entra en la Historia protagonizando esta campaña geodésica.
Antonio de Ulloa había nacido en Sevilla en la calle del Clavel, «en el caserón que hace esquina a la de las Armas» en 1716. Teniendo sólo 13 años, su padre lo embarcó en un viaje por mar para que tomara gusto al medio. Luego ingresó en la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz con resultados muy brillantes.
El viaje a las tierras de Ecuador se inició el 26 de mayo de 1735. Era en Cartagena de Indias donde tenían previsto el encuentro con los académicos franceses quienes se retrasaron en la llegada varios meses, tiempo que utilizaron los españoles para hacer estudios físicos y etnográficos de la ciudad.
Al ser la empresa de origen francés, la gloria de la posteridad se la llevaron los académicos galos, quedando los españoles en el olvido, no sólo por el mundo sino también por su propio país, como ha sido constante en la Historia de España.
Para luchar contra esta desmemoria, el escritor y marino Julio F. Guillén escribió un libro de desagravio: Los tenientes de navío Jorge Juan y Antonio de Ulloa y la medición del meridiano en el que pone en su lugar a los marinos españoles destacando además algunos episodios protagonizados por los franceses, como las discusiones, las intrigas y la falta de rigurosidad científica de algunas mediciones, sobre todo, por parte del extravagante La Condamine.
Sin embargo, la mala fortuna hizo que este libro patriótico se cruzara con el estallido de la Guerra Civil. Julio F. Guillén tuvo que terminar el libro en el trágico verano de 1936 y, aunque pudo publicarse en septiembre, se perdió casi toda la edición salvo unos ejemplares que se encontraban en el Museo Naval. El libro no se pudo reeditar hasta el año 1972.
Pero volviendo a la expedición, los caballeros franceses llegaron por fin a Cartagena y pudo iniciarse el viaje a Quito, territorio elegido para las mediciones. Fue allí donde recibieron los instrumentos que eran un péndulo simple, varios anteojos de longitud, dos sextantes de reflexión y un cuadrante de radio. Todos realizados por el instrumentista Langlois.
El llano elegido para la medición era un lugar de nieves perpetuas que Ulloa relató en su Relación: «Estábamos envueltos en una nube tan espesa que no dejaba libertad a la vista para percibir ningún objeto a distancia de seis u ocho pasos».
Las vigilias de cálculos y las durísimas jornadas de observación requerían el esfuerzo de los científicos quienes para hacer las mediciones debían permanecer en ocasiones durante largas horas en el mismo lugar con el fin de que los cálculos fueran correctos. Ésta es la razón por la que comenzaron a ser llamados por los indios de las zonas cercanas como los caballeros del punto fijo.
Caballeros del punto fijo
Sobre esta circunstancia hubo no pocas anécdotas, ya que algunos los tomaban por locos al estar durante horas quietos en un mismo punto, mientras que otros consideraban que semejante esfuerzo se debía a que buscaban minerales preciosos por secretos artificios y magias. Incluso algunos indios se arrodillaban al paso de los geodestas, porque consideraban que todo lo sabían.
Otro lugar escogido para las mediciones fue Cuenca, tres grados al sur de Quito, casi en plena equinoccial, donde Antonio de Ulloa, gran aficionado a la botánica, tomó muchos apuntes.
Sin embargo, cuando faltaba la medición en el mar, los marinos españoles tuvieron que ausentarse de la expedición. La razón fue que el virrey de Perú les enconmendó la organización de las escuadras marinas ante la amenaza del almirante inglés Anson, que pretendía hostilizar las costas y el comercio de Chile y Perú.
Gracias a esta circunstancia, Ulloa visitará Lima, un lugar que le entusiasmará. Ulloa, al ver la catedral, la comparó con la de su ciudad natal: «Imita en su arquitectura interior a la que luce en la catedral de Sevilla, aunque no es de tanta capacidad». Además, fue en Lima donde se casó con la criolla doña Francisca Remírez de Laredo y Encalada, hija de los condes de San Javier.
En el tornaviaje, Jorge Juan y Ulloa viajaron en navíos distintos para que si naufragaban o eran apresados no se perdieran las notas y cálculos. Circunstancia que ocurrió con el barco de Ulloa, que fue apresado por ingleses que, finalmente lo liberaron. En Londres, fue presentado a míster Martin Folkes, presidente de la Royal Society, quien lo propuso como miembro del cuerpo.
Antonio de Ulloa regresó a Madrid el 25 de julio de 1746, después de un viaje de 11 años. Acababa de morir Felipe V y ahora reinaba Fernando VI estando como ministro el marqués de la Ensenada, que elogió el mérito de los españoles.
Ulloa y Jorge Juan terminaron de escribir su obra en 1747, que se editó de forma exquisita y se tradujo en varios países. Mientras, los académicos franceses publicaron varios volúmenes en los que se atacaban unos a otros intentando su versión de la expedición y arrogándose el mérito de la empresa.
Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 25 de febrero de 2010

viernes, 26 de febrero de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / LEÓN EL AFRICANO


EL SABIO QUE VIAJÓ POR ÁFRICA

EVA DÍAZ PÉREZ

El granadino Juan León de Médicis –también llamado Hasan ben Muhammad al-Wazzan al-Fazi al-Garnati o popularmente conocido como León el Africano– fue un sabio viajero que recorrió el desconocido continente africano, adentrándose en las selvas y desiertos, describiendo curiosas costumbres y deslumbrando con un mundo diferente y salvaje. Un personaje de novela como bien descubrió el escritor libanés Amin Maloof.
León el Africano es el autor de un libro revelador, Descripción de África (1550), una obra que marcaría muchos de los viajes del siglo XVI, época de hallazgos y descubrimientos con la excusa de las aperturas de rutas comerciales pero que llevaron al hombre occidental a abrir sus horizontes y repensar el mundo conocido.
León el Africano nació en Granada, justo en las vísperas de la reconquista de Granada por los Reyes Católicos. Poco después del establecimiento de los cristianos, su familia inicia el camino del destierro a causa de la traición a las promesas sobre tolerancia con la religión, cultura y costumbres que los nuevos señores habían hecho al establecerse en el antiguo reino andalusí.
Así, la familia del joven marcha al exilio que llevó a varias familias al Norte de África. Con esa mirada nostálgica a Granada, partirá León el Africano, una mirada europea que sólo renacerá años más tarde cuando el joven exiliado regrese a la tierra olvidada.
El éxodo al norte de África se inicia en 1493. La educación del joven granadino será en Fez, ciudad que acogería a numerosos exiliados andalusíes. Su tío era embajador del sultán y con él inicia un viaje trascendental en la biografía de León el Africano. Recorre Marruecos en misiones comerciales y diplomáticas para el sultán de Fez, el wattasí Muhammad al-Burtugali, llamado el portugués. El joven León absorbe conocimientos, ‘bebe’ paisajes y se subyuga con la contemplación de pueblos, geografías y costumbres que años más tarde recopilará en su fundamental tratado.

Repasando su interesante Descripción de África se descubre, además de descripciones puramente geográficas o de costumbres, una auténtica novela de aventuras. Es el caso de lo ocurrido en uno de los caminos del desierto. Después de la descripción sobre el territorio, el viajero se adentra en el peligroso desierto, con amenazas de ladrones, saqueadores y, sobre todo, el calor y la sed. «Este es un país casi todo de arena. Detrás de Numidia están los desiertos de Libia, tierras completamente arenosas, hasta la tierra Negra».
En este viaje, León el Africano partió con unos mercaderes de Fez en el monte Atlas donde comenzó a «caer nieve fría y espesa». El joven León recibe la propuesta de un grupo de árabes para abandonar la caravana para llegar a un buen alojamiento que ellos conocían. «Yo, no pudiendo rehusar la invitación y temiendo que se tratara de algún engaño, pensé en quitarme de la espalda una buena suma de dinero que llevaba conmigo».
Así, León el Africano finge la urgencia de necesidades naturales para retirarse y esconder su bolsa de dinero. «Me retiré aparte, bajo un árbol, y allí oculté y dejé lo mejor que pude mi dinero entre piedras y montones de tierra, señalando con presteza el árbol junto al cual lo había dejado. Hecho esto, me puse a seguir el camino de los otros y, habiéndoles alcanzado, cabalgamos reunidos en silencio hasta la media noche».
Tal y como había deducido el avezado viajero, los falsos mercaderes le preguntan por el dinero y viendo que no tiene nada encima deciden mofarse de él. Le obligan a quitarse la ropa, a pesar del frío de la noche. Luego apresan a un judío que llevaba un cargamento de dátiles en la misma caravana y a él le roban el caballo y lo dejan a su suerte.
Otro de los peligros con los que se topa el africano es con el riesgo de morir de sed en el desierto. En Numidia advierte del peligro de las mordeduras de escorpiones y serpientes y en Libia «también país muy desierto, seco y arenoso» anuncia al viajero que no se encuentran fuentes, ni ríos, ni agua.
En el itinerario de Fez a Tombut explica que los mercaderes que hacen este viaje en estación distinta al invierno corren gran peligro porque entonces soplan los sirocos o vientos meridionales, «los cuales levantan tanta arena y cubre los pozos de tal manera que no se distinguen señales ni pozos». El resultado: el viajero muere de sed.
Una de las visiones más estremecedoras del desierto es, precisamente, la de los huesos desperdigados de mercaderes y viajeros que murieron de sed. Por ejemplo, en el desierto de Azacad describe dos sepulturas halladas en el camino en el que están grabados los nombres de dos hombres. «Uno de los cuales fue un comerciante muy rico el cual, atravesando el desierto con una sed extrema, y abatido al fin por ella, compró al otro, que era arriero, una taza de agua en la cantidad de diez mil ducados. Esto no obstante murieron de sed el mercader que compró el agua y el arriero que se la vendió».
No olvida León el Africano dar un consejo para salvar la vida: «Consiste en matar a un camello, exprimir el agua de sus intestinos y beber de ella, reservando la sobrante hasta que llegan a algún pozo o hasta que la muerte pone fin a la sed».
Preso y liberado
León el Africano visitó África del Norte, Egipto y parte de Asia. En la isla de Gelves fue apresado por una escuadra cristiana o por corsarios sicilianos, según otras fuentes, pero es tan grande su sabiduría que sus captores deciden no convertirlo en un simple esclavo. Así, es conducido a Roma y en 1517 se convirtió al cristianismo con el nombre de Juan León de Médicis. Su sabiduría y humanidad fueron tan célebres que el propio papa León X fue su amigo personal. Éste permitió la traducción de algunos escritos suyos a la lengua italiana, pero a la muerte del pontífice León el Africano decidió renunciar al cristianismo y regresó a África y al islamismo.
Murió en Túnez en 1554 recordando su fascinante vida. Como escribió Amin Malouf en su novela León el Africano: «Mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en el Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia».

domingo, 14 de febrero de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / PERO TAFUR


NUEVA SERIE PUBLICADA EN EL MUNDO DE ANDALUCÍA:
LOS VIAJES DEL CABALLERO PERO TAFUR

EVA DÍAZ PÉREZ / Sevilla
Frente a la tradición de la Andalucía narrada por los viajeros extranjeros fascinados por el exotismo meridional, existe otra visión más desconocida e insólita: la de los andaluces viajeros que describieron el mundo. De Andalucía, tierra archicontada por la mirada de los ‘otros’, construida sobre un imaginario de visiones ajenas de forasteros, también partieron personajes que se atrevieron a contemplar e interpretar el mundo. Una curiosidad, por cierto, no muy habitual en la historia española que, sin embargo, caracterizó a andaluces de todas las épocas, desde las embajadas de Al-Andalus hasta los itinerarios comerciales, pasando por los viajes al Nuevo Mundo o las expediciones científicas.
Esta poco conocida agudeza andaluza para interpretar el mundo tiene en Pero Tafur uno de sus personajes más destacados. Este caballero, probablemente nacido en Sevilla y que residió buena parte de su vida en Córdoba, recorrió Europa y África en una travesía que detalló en una obra excepcional: Andanzas y viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo avidos.
Pero Tafur realizó su viaje entre 1436 y 1439, pero no escribió sus andanzas hasta varios años más tarde, concretamente en 1454 ó 1455. La crónica del viaje evocaba también los años de su juventud –cuando escribe se acerca a los cincuenta–, por lo que es también un libro de memorias, una hermosa evocación heroica ya desde su retiro amable en Córdoba.
Siendo uno de los pocos libros que narran viajes medievales –como el de la famosa embajada de Ruy González de Clavijo ante el Gran Tamerlán– no se publicó hasta el siglo XIX. Marcos Jiménez de la Espada lo editó a partir de una copia manuscrita del siglo XVIII.
Precisamente, la Fundación José Manuel Lara acaba de rescatar este libro histórico dentro de su colección de Clásicos Andaluces con introducción de Miguel Ángel Pérez Priego quien comenta la importancia de la crónica de viajes de Pero Tafur como fotografía-fija de un momento histórico, el de las tensiones en los años previos a la caída de Constanticopla, así como la definitiva descomposición del imperio de Oriente, las vísperas del dominio turco en el Mediterráneo y la decadencia del poderío naval de genoveses y venecianos. No falta en el recorrido de este caballero andaluz un repaso a «los conflictos políticos en Europa central y las ciudades del Sacro Imperio, la persecución de los husitas o el cisma creado por el concilio de Basilea».
Pero ¿quién era este audaz Pero Tafur? Parece que nació entre 1405 y 1410 y se crió en Sevilla, participó en las guerras de Reconquista y llegó a ser caballero veinticuatro en la ciudad de Córdoba. El viaje a tierras extrañas que protagoniza Pero Tafur tiene relación con cierta idea caballeresca, la de probar el valor con una empresa arriesgada, como hacían tradicionalmente los héroes caballerescos –los reales y los de las ficciones de las novelas de caballería– en sus famosas salidas.
El viaje de Pero Tafur es una magnífica ilustración de la mencionada agudeza de la mirada andaluza para interpretar el mundo. Tafur, como hacían los viajeros-descubridores de su época, aplica las claves de su mundo conocido a las tierras extranjeras. Es lo que ocurre cuando llega a Venecia y compara el Campanile de San Marcos o las pirámides de Egipto con la altura de la torre mayor de Sevilla (que a finales del siglo XVI se llamaría Giralda). También asemeja el tamaño de la ciudad de Viena con el de la Córdoba de su época y el de Sevilla con Cafa, Breslau, Padua o Palermo.
Muchas son las aventuras que vivió Pero Tafur desde que salió de Sevilla, aunque faltan las primeras páginas del manuscrito en el que se debía de detallar la partida. El caballero recopilará toda suerte de novelescos episodios como cuando en Gibraltar asiste a una de las batallas de reconquista y presencia el naufragio y la muerte del conde de Niebla. Tafur peregrinará a los Santos Lugares; intentarán asaltarle cerca de Viena; será apresado en Maguncia; vivirá una terrible tormenta en el Golfo de León, un naufragio en Chíos e inclemencias terribles en el paso de los Dardanelos, y sufrirá una herida de flecha cerca de la que fue puerta de Troya. Además, Pero Tafur se encargará de labores diplomáticas en El Cairo al portar cartas del rey de Chipre al sultán de Egipto.
Sin embargo, el viaje resume también el espíritu de su tiempo, una época que se mueve entre la creación de los grandes Estados en el inminente Renacimiento y las leyendas medievales. La tradición de los viajeros en busca de mitos –lo que se llamará los «mitos motores» del Descubrimiento– también marcará a Tafur quien en el estrecho de Mesina, donde los antiguos situaban los peligros marinos de Escila y Caribdis, descubre a las sirenas y las describe con el toque de misterio con que se hablaba de los monstruos en los libros de viajes.
También tendrá este itinerario mucho de peregrinaje para venerar reliquias, otro impulso que arrastró a miles de viajeros de su época. Tafur visitó Roma –que desde el año 1300 se convirtió en un lugar santo– y en su relato orienta a los futuros viajeros sobre dónde se encuentran las reliquias o los días en que se pueden ganar indulgencias.
Pero además de como ‘moderno’ libro de viajes, la obra de Tafur se lee a veces como una novela de aventuras. Es lo que ocurre cuando en Nüremberg ve expuesta la lanza de la Cruxifición. El caballero se atreve a comentar que ya había visto el objeto sagrado en Constantinopla, por lo que los que lo escuchan están a punto de agredirlo: «Yo dixe cómo la avía visto en Constantinopla, e creo que, si los señores allí non estuvieran, que me viera en peligro con los alemanes por aquello que dixe».
Una de las etapas más interesantes de su viaje es la de la visita a Jerusalén. Saliendo de Venecia –que se convierte en su lugar de referencia, porque de allí parte en tres de las cuatro etapas del viaje– llegará a las ciudades griegas de Corfú y Modón, y a las islas de Creta y Rodas. Luego desembarca en el puerto de Jafa y es trasladado a Jerusalén donde lo hospedan los frailes de Monte Sión. Pero Tafur tendrá que disfrazarse de moro y «acompañado de un renegado portugués» visitará el templo de Salomón convertido en mezquita por Saladino.
Tafur también remontará el Nilo y llegará a El Cairo donde estuvo un mes «mirando muchas cosas e muy estrañas, mayormente a los de nuestra nación». Viajará de Norte a Sur por parte del mundo conocido recorriendo la Europa septentrional, por Flandes y la ribera del Rin, que «es sin duda la más fermosa cosa de ver en el mundo».